jueves, 9 de febrero de 2012

Vampiro I


Ante el espejo comprobé que no había nada que corroborase que aquello había sido realidad, posé las manos en el antiguo tocador de madera oscura con vetas doradas que lo adornaban dándole un toque elegante, pronto giré la cabeza para buscar donde poder tomar asiento puesto que sentía un enorme mareo y que de un momento a otro acabaría desplomada en el suelo pues mis fuerzas fallaban. No me dio tiempo, conforme intenté dar un paso hacia aquella silla de pálida tela y madera del mismo tono que el tocador, mis fuerzas fallaron y caí al suelo como si un rayo me hubiese fulminado…

“Migna” … “Migna” … “Migna” … 

Aquello resonaba en mi cabeza al compás del latido de mi corazón, mi respiración era relajada, pero sentía como todo quería dar vueltas a mi alrededor, abrí los ojos un tanto aturdida terminando por ver aquellas estrellas brillando sobresaliendo así de aquel azul cobalto que las envolvía sobre mi cabeza, alcé esta con cuidado dirigiendo la mirada hacia el frente y después a la derecha viendo aquel paisaje de cielo despejado, radiante sol, verde pradera, y cristalino río decorado con algunas piedras, luego la dirigí hacia la izquierda viendo la noche, la luna llena, aquel árbol de enrevesadas ramas con sus oscuras hojas alargadas con la curiosa forma de bucles como podía tener el cabello de una mujer, aquella flor de luna bañada por la luz de esta, y el negro gato de curiosos ojos gris y celeste mirándola ajeno a el ratón que pasaba por su lado ignorando así su posible cena, tras de mí aun había algo más, pero eso no lo alcanzaba a ver, de todas formas sabía que era lo que había.

En buena hora dejó mi madre que decorase mi habitación según quisiese, a mi me encantaba tener todas las paredes de esta pintadas, en media habitación era de día pues el suelo era de verde moqueta imitando así a la verde hierba pintada en dos de las paredes, junto con el río y demás, en la otra media era de noche pues estaba en el techo el cielo nocturno con aquellas estrellas y las restantes paredes con el mismo cielo, el árbol y el resto de dibujos. Según ella la parte oscura le daba escalofríos, sobretodo el dibujo del cabecero de mi cama, cosa que no comprendía, a mi me gustaba y como era mi habitación así se quedaba.

Volví a reposar mi cabeza sobre la almohada, vaya “sueño” más extraño acababa de tener, pero considerando que he sobrevivido todos estos años con pesadillas las cuales ahora considero “sueños“, el tener uno más raro que otro, no me iba a suponer nada nuevo, de pequeña esos “sueños” me daban terror pues siempre estaba rodeada de gente que no conocía, lugares fríos y extraños, “curiosos” seres, alturas desproporcionadas… y varias cosas más, pero se habían acabado haciendo parte de mí, de modo que llegué a verlo incluso como algo normal.

Mi madre siempre achacó esas pesadillas a la muere de mi padre, pero lo dudo, y ya lo dudaba cuando tenía uso de razón puesto que mi padre falleció siendo muy pequeña así que vagamente me acuerdo de él, y las pocas fotos que queden a saber donde las tendría metidas mi madre. Así que a mi parecer, aquello era cosa de mi desbordante imaginación y como aprendí a vivir con ello, pues todo estaba bien, además que el ver películas de terror y leer según que libro a partir de cierta edad ayudaba bastante.

La débil luz que daba paso a un nuevo día comenzaba a colarse por mi ventana, era lo “malo” de tener la costumbre de dormir con la persiana medio abierta, pero como todavía no había sonado el despertador aproveché para cerrar los ojos y poder dormir un poco más hasta que este comenzase a emitir ese molesto rugido que indicaría el fatídico momento de salir de la dulce cama.

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